ANDRÉS GOMBEROFF / JOSÉ EDELSTEIN
Hace un siglo una revolución sin precedentes sacudió los cimientos de la ciencia. Comenzó en el intento de un joven de veintitrés años, Werner Heisenberg, por comprender el comportamiento de la materia a escalas pequeñas. 
Durante los siguientes dos años los fundamentos de la mecánica cuántica quedaron firmemente establecidos. Uno de sus ingredientes más intrigantes fue propuesto por Max Born: las probabilidades son el corazón de la cuántica. 
El universo de Newton, un mecanismo perfecto de relojería, se desplomaba y daba paso a un cosmos cuyos cimientos últimos estaban gobernados por el azar. 
El férreo determinismo mecanicista fue reemplazado por la voluble tiranía del azar. Los rígidos engranajes dieron paso a una materialidad vaporosa, de extrañas superposiciones y entrelazamientos, que de un modo paradójico construye la robusta realidad que observamos.