La mariquita era gruñona, antipática y maleducada. No quería compartir su desayuno con nadie y, encima, se creía la más grande y fuerte, capaz de pelear con cualquiera que se le pusiera delante. Fueron pasando las horas, los insectos, los animales y, cuando llegó en momento de la cena, la mariquita se comió una sorpresa descomunal.