La felicidad era aquello. Aquella copa de cerveza helada que sostenía en la mano derecha y que cuando llegó a la mesa estaba tan fría que hizo que, al tacto, me dolieran las yemas de los dedos. Las patatas tirando a rancias cuyo exceso de aceite nos empeñábamos en limpiar con esas servilletas satinadas y rotuladas con un Gracias por su visita tan poco efectivas.
Macarena teme, Macarena sueña, Macarena ama, Macarena vuela...
Y en este juego del destino intenta aceptar que lo que fuimos no puede ser lo que seremos... ¿O sí?